Acerca del aprendizaje
“Cuán vano es sentarse a escribir cuando
aún no te has levantado para vivir.”
Henry David Thoreau
Estuve sentada en un rincón visible, mientras tomaba mi café, supuse que vendrías a la hora correcta para advertirme acerca de aquellas cosas que debía saber. A tu llegada, entendí que este viaje no sería tan a la ligera, que debía empacar tanta cordura, como pudiera para aguantar las desavenencias y quedar en pie, y además vestirme de discernimiento para enfrentar las situaciones confusas.
A penas escuche tu voz, con ese tono voluble y medio desorientado, supe que venías en son de paz, pero que mis alertas debían estar al máximo de atención pues lo que me venía no sería fácil de llevar. Pero ahí estaba, dispuesta a escucharte y a librar cualquier batalla, porque tú crecerías en el camino, y ya no sería necesario esconderme y temer. Gracias de antemano.
Sin darme cuenta, siempre estabas, siempre estás, tienes un boleto para viajar justo al lado de mi asiento, pero, ¿cómo no noté tu presencia?, ¿A caso he estado distraída y volada? o ¿es que tu rostro aparece cuando más lo necesito? pues si, tu, caminante incansable, acompañante desafiante, siempre presente, más bien, omnipresente.
Contigo, probé tantos sabores, dejándome una sensación de aprendizaje, y me atrevo a decir que mucho de lo que sé hoy, te lo debo a ti. En tu presencia, he brincado de felicidad y llorado amargamente. He descubierto que la paciencia es un don. Yo, entre tragos agrios y vueltas he descubierto un extremo amargo de la vida, con personas tristes, envidiosas, celosas, falsas, calumniadoras, egocéntricas, desesperadas, egoístas, ignorantes, trogloditas, y momentos faltos de justicia, carentes de coherencia.
Pero también, he vivido un mundo de fantasía, habitado por personas llenas de amor, vida, sonrisas, dispuestas, alegres, optimistas, deseosas, dadoras, auténticas y sobre todo llenas de Dios.
He aprendido, como la envidia puede cegar tus ojos, de tal manera que hasta un hermoso paisaje se convierte en un campo de batalla; como la semilla de odio, sembrada en tu corazón, te hace mirar solo lo que te conviene; como los chismes y la calumnia pueden destruir el más extenso y virgen jardín, sin dejar rastro de él, como aquel hermoso cuadro pintado con los dedos del corazón es destruido con los pies del mal.
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