No estoy rota, estoy sanando

 



De cierta forma, estoy hecha de esos pedazos rotos que dejaste en el suelo.
Estoy hecha de las veces que te fuiste, aun cuando todavía estabas aquí.
De esas noches de llanto y soledad amarga, esperando un mensaje, una llamada,
palabras que nunca dijiste, gestos que jamás llegaron.

Pero también soy los pedazos que recogí entre los escombros, uno a uno, con las manos temblorosas pero decididas.
Me fui ensamblando con lo que quedó en pie, dibujé una nueva hoja de ruta y emprendí el viaje más importante de todos: encontrarme a mí misma.

Sí, me rompiste en millones de fragmentos,
y durante mucho tiempo intenté, con todas mis fuerzas, volver a ser quien era.
Pero entendí que hay heridas que no se cierran, piezas que no encajan ya,
historias que no pueden repetirse.
Aceptar que no podía salvar todas esas partes de mí fue devastador...
y al mismo tiempo, liberador.

Hice las paces con la versión de mí que murió en aquel dolor,
le di las gracias por todo lo que me enseñó, y la dejé ir.
Me quedé con lo esencial: los pedazos que, aunque rotos, aún brillaban.
Usé mis manos y mi paciencia para reconstruirme,
y como pegamento, mis ganas de vivir, de seguir adelante,
de ser feliz otra vez, aún con las cicatrices.

Hoy sé que no estoy completa.
Que todavía cargo trozos que duelen,
pero también sé que estoy viva, y que cada herida es parte del mapa que me trajo hasta aquí.

Esta es mi historia: una historia de melancolía, de pérdidas, de duelos silenciosos,
pero también de fuerza, de amor propio, y de un coraje profundo que me empuja a seguir, aunque todavía esté sanando.

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